lunes, 30 de abril de 2018

UN SALUDO EXISTENCIAL AL TRABAJADOR UNIVERSAL

El día de hoy, el incesante, rítmico y celestial golpe del yunque se ha detenido; el ensordecedor ruido de las máquinas y motores han hecho un alto momentáneo; el hombre del agro y su yunta de bueyes descansan por un instante; el fragor y la vida misma diaria nos muestra otra cara, y se puede decir que hoy, "el sol sí brilla para todos”.

Es que el calendario pasajero y esquivo marca el día 1 de Mayo, día del trabajador ecua­toriano, día del trabajador latinoamericano y mundial; pero,... dediquémonos a meditar un momento: ¿Qué es el trabajo?, Qué es un trabajador?, y traigo la voz y la palabra por demás autori­zada de su Santidad Juan Pablo II, que en su Encíclica "Laborem Excersens" nos dice: "Con su trabajo el hombre ha de procurarse el pan cotidiano, contribuir al continuo progreso de las cien­cias y la técnica, y sobre todo a la incesante elevación cultural y moral de la sociedad en la que vive en comunidad con sus hermanos”.

Y, "trabajo" significa todo tipo de acción realizada por el hombre independientemente de sus características o circunstancias; significa toda actividad humana que se puede o se debe reconocer como trabajo entre las múltiples actividades de las que el hombre es capaz y a las que está predispuesto por la naturaleza misma en virtud de su humanidad. Hecho a imagen y semejanza de Dios en el mundo visible y puesto en él para que dominase la tierra, el hombre está por ello, desde el principio, llamado al trabajo.

             El trabajo es una de las características que distinguen al hombre del resto de las criaturas, cuya actividad, relacionada con el mantenimiento de la vida, no puede llamarse trabajo; solamente el hombre es capaz de trabajar, solamente él puede llevarlo a cabo, llenando a la vez con el trabajo su existencia sobre la tierra. De este modo el trabajo lleva en sí, un signo particular del hombre y de la humanidad, el signo de la persona activa en medio de una comunidad de personas; este signo determina su característica interior y cons­tituye en cierto sentido su misma naturaleza.

            Pero, si meditamos un poco más veremos que la diminuta hormiga, la afanosa abeja, el asno y el buey cantan también su himno al trabajo, cada uno al igual que el hombre, pero en circunstancias diferentes, están día a día entregando su esfuerzo, su habilidad y su vida en pos de la consecución de su motivo, de su empeño, de su meta.

            Veintiún siglos le tienen una incalculable y eterna deuda al trabajo, veintiún siglos  que las notas marciales, desafiantes y vencedoras, cruzan el espacio cantando al esfuerzo humano, al trabajo creador y noble, desde el mismo momento en que la mano del hombre se empeñó en confeccionar una rudimentaria flecha o cuando trabajó incesante para conseguir poner en movimiento una máquina de vapor, o cuando entregó todo de sí para elevarse por ­los aires en un primitivo monoplano; mas, no podemos negar que ellos fueron los pioneros para que el trabajo cada vez más avanzado y técnico pusiera hoy al hombre en el cosmos, al mando de sorprendentes e inimaginables aparatos; aunque también mentes malignas desvíen ese conocimiento e inteligencia hacia causas y efectos negativos.

            Pero, ¿por qué el 1 de Mayo es el Día Universal del Trabajo?; pues, recordemos que un día como aquel, en 1886, los trabajadores y obreros de las fábricas de la ciudad norteamericana de Chicago, cansados del yugo imperialista que les oprimía y exprimía sus vidas, obligándoles a trabajar un excesivo número de horas al día, a cambio de miserables salarios acompa­ñados de inhumanos tratos, decidieron levantar sus puños y de­cir; ¡Basta Ya! y se volcaron por millares a las calles de la gran ciudad a protestar y exigir mejoras en su ritmo de trabajo, en un movimiento clasista sin precedentes en la historia; movimi­ento que conmovió las bases mismas del imperialismo explotador y abrió las puertas, y encendió la antorcha de la insurrec­ción obrera y popular organizada, en el resto del mundo; mas, los patronos, prepotentes y sordos, lanzaron contra ellos a toda la Policía y otros grupos mafiosos, quienes arremetieron sal­vajemente contra los obreros, causando la muerte y sembrando con miles de cadáveres las calles de Chicago, que se vieron ba­ñadas de sangre noble, bravía, vívida y gloriosa, de seres que dieron lustre al movimiento obrero y que pagaron con sus vidas el precio del triunfo que llegaría después, cuando se reconoció oficialmente las 8 horas diarias de trabajo, es decir las 40 horas a la semana y otras reivindicaciones, en cuyo honor y memoria se celebra cada año, con unción y excelsitud, el Día Universal del Trabajo.

            En este día, hagamos nosotros también un alto a nuestra faena y digamos: ¡loor al trabajador en su día, loor al pequeño trabajador que limpia zapatos, vende billetes de lotería o periódicos por las calles; loor al obrero, al artesano, al agricultor, al maestro, al trabajador intelectual y a todos aquellos que de una u otra forma mantienen "encendidos los motores” de la vida y del desarrollo de nuestra planeta!

            Para terminar, permitidme que cite unos versos sobre el trabajo, que Pablo Neruda escribiera:
  "Allí pude, en mi piedra central, extender al
aire
                                ojos, oídos, manos, hasta oír
                                libros, locomotoras, nieve, luchas,
                                fábricas, tumbas, vegetales pasos,
                                y de Manhattan la luna en el navío,
                                el canto de la máquina que hila,
                                la cuchara de hierro que come tierra,
                                la perforadora con su golpe de cóndor
                                y cuanto corta, oprime, corre, cose:

                                y cuanto corta, oprime, corre, cose:
                                seres y ruedas repitiendo y naciendo.
                                                 Trabajo
                                edificado en lo desconocido,
                                es tu paz de panal lo dulce tuyo…”


                                                         Bolívar Delgado Arce


                                De: "Desde el Atril" (Libro de Conferencias. Inédito)



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